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Gafas de carey

Actualizado: 12 ene

Sin igual


A 50…40…30…20 metros de tomar rumbos separados. Eran las 2:23 a.m. del 22 de diciembre. Mi amiga Beatriz manejaba una bicicleta y yo otra, pedaleábamos por la mitad de una calle desierta, la misma por donde en el día ruedan los buses que llevan a la universidad. Al final de la vía se levantaba con imponencia la torre del reloj de la Gare (estación de trenes) de La Rochelle. Eran los últimos instantes antes de despedirme de ella. Pronto llegaría su momento de regresar a Brasil.


En esos instantes, en cada pedalazo y suspiro, mientras el viento frio chocaba contra mi cara y veía la bicicleta de Beatriz un poco más adelante que la mía, pensé ‘¿Qué me obliga a girar a la izquierda? Nada. ¿Hay algún afán en llegar a mi habitación algunos minutos antes? Ninguno. Entonces, ¿por qué no cerrar este capítulo con unos segundos extras de más risas?’


¿Por qué no cerrar este capítulo haciendo precisamente lo que mejor sé?

Ser yo


El escenario donde rodaron las bicicletas


1 en el universo

He vivido casi toda mi vida en la misma casa en Barranquilla. Me encanta mi hogar pero a menudo me gusta estar fuera de él. No hay nada malo con el lugar donde vivo o mi familia, solo que siempre me ha fascinado explorar el mundo. Cuando era niño solía salir a jugar con mis vecinos. Recuerdo cómo mi grupo de amigos del barrio evolucionó con el pasar de los años hasta eventualmente casi desaparecer cuando comencé mis años de universidad; yo elegía salir menos en el barrio y más a otros sitios en la ciudad. De pequeño no tenía el permiso para ir muy lejos, así que la mayoría de las memorias de mi infancia son con mis amigos del conjunto residencial. Yo crecí viendo las series americanas de Disney aunque también jugaba fútbol y el escondite. De hecho, varias veces me he puesto a pensar cómo las experiencias de mi infancia siguen siendo el origen de muchos rasgos de mi personalidad. He hecho el ejercicio en mi mente de trazar las conexiones entre los momentos que alguna vez me marcaron e intento dibujar el mapa de lo que constituye mi yo del presente.


Por otro lado, además de tratar de entenderme a mí mismo también ocupo parte de mis pensamientos reflexionando sobre los demás. Recuerdo cuando con 7 u 8 años me esforzaba en escribir cartas detalladas a los protagonistas de las series que veía demostrando que conocía sus personajes y se las enviaba a través de la pagina web de Disney Latino con la esperanza de recibir una respuesta. Incluso ahora que he crecido me sigue intrigando conocer el cómo y porqué del diario vivir en las vidas de mis amigos y las personas que conozco.


Desde hace tiempo la idea de la unicidad me ha tramado mucho. Si bien es cierto que desde el punto de vista de apariencia y/o cosmovisión puede darse el caso que varias personas compartan similitudes, la verdad es que cada persona es única. Por supuesto que esto no es ninguna idea novedosa, sin embargo, apreciar esta verdad me ha llevado gradualmente a valorar más la historia que creo con cada ser humano que me cruzo en esta vida. Porque si hay algo que no puedo negar, independientemente a cuál haya sido mi experiencia interpersonal con alguien, es que todo el mundo posee en su esencia algo especial, algo bueno. Y eso bueno merece ser compartido.


Teatros distintos

Venir a estudiar a Francia me ha permitido vivir contrastes que me han traído enseñanzas. He sufrido y todavía sufro varios de esos contrastes, en el sentido de que me han costado comprenderlos y luego aprender a vivir con ellos satisfactoriamente. Pasé de que mis compañeros de clases en su gran mayoría vinieran de una misma región en Colombia a que fueran originarios de distintos países alrededor del mundo. Pasé de mostrar quién soy yo en español a hacerlo casi diariamente en 4 idiomas. Pasé de ver abundancia de personas que compartían mi fe a ver escasez. Pasé de pasearme por mi Barranquilla a verla a través de los videos que me envía mi papá. Vivir dentro de esta multiculturalidad se me ha hecho difícil a veces aunque estoy muy agradecido por tener la oportunidad de vivir esta experiencia.


Tanta variedad me hizo expandir mi mente pero también me llevó a cuestionar el valor de lo que yo soy y represento. Veía cómo eran los estilos de vida entre personas de diferentes nacionalidades, analizaba sus temas de conversación, preferencias musicales, formas de vestir, aspiraciones y creencias. Descubrí que las personas alrededor eran en muchos aspectos diferentes a mí. Pensé, ‘al fin y al cabo solo representó un pequeño vestigio de una cultura más, ¿qué hay de especial en mí? ¿será que tal cual como soy es suficientemente interesante para el mundo?’ Porque si había un escenario en la historia de mi vida que podría encajar con la idea de vivir en el “mundo” era este. Indudablemente.


Así que día a día me enfrentaba al mundo, no precisamente en una guerra, pero sí en el reto de sentirme orgulloso siendo yo. A menudo veía lo especial en los demás, eso que hacía a cada uno icónico, sin embargo, en ocasiones dudaba sobre el potencial de mi unicidad.


Cuando recién conocía a Beatriz una vez le dije que ser tú mismo en otro idioma podía ser complicado, le dije que creía que no se lograba expresar toda tu personalidad a diferencia si lo hicieras en tu lengua nativa. Ella estaba de acuerdo. Sin embargo, fue mi amistad con ella lo que me hizo darme cuenta de que ser genuino el uno con el otro, a pesar de en este caso tener un barrera lingüística (hablar portugués que no es mi idioma nativo), era lo que hacía que el vínculo fuera real y especial.


La sazón de las relaciones

La unicidad es lo que condimenta las relaciones interpersonales y les da un sabor singular a cada historia. Creo que abrazar nuestra propia esencia y sernos fieles a nosotros mismos es lo que nos hace especiales. Pienso también que somos seres imperfectos y únicos, todos con el potencial de ofrecer algo significativo a la vida de otras personas y crecer integralmente al valorar la unicidad de los demás y la nuestra. Por estas razones, no tiene sentido querer ser igual a otra persona o subvalorar quienes somos.


Hoy mi mensaje es sobre estar orgullosos de lo que somos. Debemos valorar nuestra personalidad, cultura, virtudes, logros, e historia. Igualmente, debemos aprender a compartir lo que somos y valorar lo que los demás son, lejos de hacer juicios de valor sobre si la otra persona es más o menos especial que nosotros.


Esa madrugada de bicicletas y despedidas marcaba oficialmente el inicio del invierno, era el solsticio de diciembre. Yo llevaba puesto una sobre camisa, un pantalón negro, doble media, bufanda, y mis gafas de carey. Cuando conocí a Beatriz, allá en el septiembre pasado, todavía era verano, vestía shorts, camisetas, un solo par de medias, tenis de tela, y mis gafas de carey. El tiempo pasó y durante esos meses ella me vio muchas veces con diferentes outfits, pero lo que nunca cambió en la amistad fue la autenticidad del uno con el otro y mis gafas de carey. En medio de la diversidad aprendí que ser 1 en 8 billones no significa ser insignificante sino más bien sin igual. Y es precisamente el valorar esa propia singularidad la que nos hace destacar sin necesidad de buscar hacerlo.



***


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